miércoles, 3 de febrero de 2010

Intendenta, no solo de fiestas vive el pueblo

Como todas las mañanas, doña María y su marido se levantaron a las 04:00 de la mañana, conscientes de la responsabilidad que implica el sustento de una familia, con cinco integrantes, todos menores. Preparan su mate, compañero infaltable en sus luchas rutinarias y emprenden rumbo hacia el centro, no sin antes de rogar a San Blas un milagro en su día: que exista mucha venta para garantizar el alimento a su familia.
Llegaron al pequeño puesto de venta con que cuentan en el microcentro. Parecía que el Santo Patrono de la ciudad había escuchado las plegarias, porque apenas instalados, aparecieron los clientes, y obvio, se registraron algunas ventas, las que presagiaban un día fructífero.
Sin embargo, poco tiempo después, esa ilusión alimentada por el alentador presagio, se desvaneció por completo. Es que doña Sandra pensaba diferente. Su sed insaciable y hasta enfermiza de recibir loas y zalamerías la llevó a decidir por los demás, ordenando que nadie debía trabajar este día, para “participar de los festejos del cumpleaños de la ciudad”. Una cuadrilla de la Municipalidad llegó al local y obligó a sus dueños a que lo cerraran, no sin antes amenazar con que lo clausurarían si incumplían las órdenes de su majestad.
Con la tristeza en el corazón, el bolsillo vacío y la encrucijada de qué llevar a la casa o qué explicaciones dar a los hijos cuando no tengan nada que poner en la mesa del medio día, la pareja se retiró del lugar.
Así como doña María y su marido, muchas familias fueron obligadas a perder un día de trabajo, en un contexto en que la crisis se está sintiendo con implacable rigor. Crisis que evidentemente la “familia real” de la señora intendenta no siente, puesto que vive en la absoluta opulencia, ostentando fortunas de dudosos orígenes.
¿Acaso la propia Constitución Nacional no garantiza el derecho al trabajo?; o planteando de otro modo, desde la óptica de la festividad de la ciudad, dónde queda la libertad individual de los ciudadanos de decidir qué, cuándo y cómo festejar.
Pero a “su majestad” eso es harina de otro costal. Evidentemente no le importa que ese día de trabajo perdido podría significar a esas familias que ella dice representar, un día sin el alimento necesario para el sustento básico. No le bastaron las zalamerías que recibe de los casi 2000 funcionarios municipales, asistentes obligados a todos los eventos donde asista la intendenta, sino que decidió que todos teníamos que estar allí, mirando y escuchando la parafernalia del proselitismo político que realiza con el dinero del pueblo.
Señora intendenta, si usted quiere participar de sus actos, brindar con champagne, hágalo, está en su derecho. Sin embargo, debería respetar el derecho de los demás ciudadanos, de decidir entre la farra y el trabajo. Cada quien sabe dónde aprieta el zapato. El pueblo, señora intendenta, por si no se haya enterado, no solo vive de fiestas, también debe comer.